No obstante, Hieronymus van Aeken Bosch,pintor holandés (1450-1516) más conocido como El Bosco, ya en los albores del Renacimiento,levantó sobre estos principios una de las síntesis más espléndidas del mundo medieval. La imaginación y la fantasía alcanzaron cotas ilimitadas. Pintor holandés del SXV, que como un auténtico visionario trató como nadie su tema principal: las debilidades humanas, el hombre , tan proclive al pecado, al engaño, a las tentaciones...delirios simbólicos...aunque con cierta torpeza compositiva, son vistas casi enciclopédicas de lo que el hombre puede encontrar en el camino de la vida.
En toda Europa abundan los movimientos heréticos y enfermedades, epidemias..luego no eran obras devocionales sino de reflexión moral.. Felipe II entendió esta dimensión moral e intelectual y adquirió todas las obras de arte de "El Bosco", es por esta razón que hoy el Museo del Prado conserva la mejor colección tanto por cantidad como por calidad.
Casi todas proceden de la Colección Real y llegaron desde El Escorial donde Felipe II (1556-89) reunió la primera gran colección de obras de arte. La inclusión de los Paises Bajos en la herencia de Felipe II aumentó las relaciones con funcionarios, humanistas...El tiempo desdibujó los códigos para saber interpretar estas obras, tan complejas para el público, hasta se llegó a pensar que eran heréticas...Pero El Bosco fue un ortodoxo católico y el erotismo que hoy puede sorprender en "El Jardín de las Delicias" para un público no iniciado debe entenderse como forma de demostrar la condena de conductas humanas.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
ARTÍCULO 8 : EL PECADO Y LA MISERICORDIA
1847 Dios, “que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti” (San Agustín, Sermo 169, 11, 13). La acogida de su misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1 Jn 1,8-9).
1848 Como afirma san Pablo, “donde abundó el pecado, [...] sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20). Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos “la justicia para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor” (Rm 5, 20-21). Como un médico que descubre la herida antes de curarla, Dios, mediante su Palabra y su Espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado:
«La conversión exige el reconocimiento del pecado, supone el juicio interior de la propia conciencia, y éste, puesto que es la comprobación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: “Recibid el Espíritu Santo”. Así, pues, en este “convencer en lo referente al pecado” descubrimos una «doble dádiva»: el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito» (DeV 31).